DESPUÉS del empate en casa con el descendido Granada, tocaba echar el resto ante el Atlético de Madrid. Aún había margen para ilusionarse con un final de campeonato atractivo, pero la esperanza de que el poso de la batalla del Metropolitano no quedase en el olvido se reveló infundada. El Athletic incurrió en los mismos síntomas de debilidad de las jornadas previas y, en todo caso, si alguna vez en el futuro se rememora el partido será por el desagradable incidente padecido por Nico Williams. Una agresión de índole racista salida de las gradas. Otra más, cabría apuntar, que los responsables institucionales eluden combatir con todas las consecuencias y que, precisamente por ello, siguen siendo algo cotidiano, habitual en la calle, en el estadio, en el trabajo, en los parlamentos, en las fronteras, en medios de comunicación…

Del fútbol presenciado el sábado nada permanecerá en la memoria, salvo por defecto. Cuando la mediocridad se impone y a ella contribuyen los actores de ambos bandos, lo único relevante se concentra en el resultado. Como el marcador reflejó una derrota sin paliativos, pues se pasa página y listo. Si por ejemplo el Athletic hubiese empatado, la lectura cambiaría. Cuanto pareció negativo en el rendimiento se consideraría asumible. Puede incluso que se incidiese en resaltar el esfuerzo invertido, por aquello de que tiene mucho mérito sumar en un día torcido. Especialmente en una cita compleja por el valor de los puntos, la entidad del rival y el escenario.

Bueno, pues dada la imposibilidad de rescatar siquiera aspectos parciales de lo realizado por el Athletic, exceptuando acaso el empeño individual de Nico Williams en alterar una dinámica que conducía al fracaso, viene al pelo la frase de Valverde para valorar su decisión de colocar a Vivian en el lateral derecho: “si ganas todo está bien, si no se pone en duda”. Como se ha señalado más arriba, el mismo partido con empate (no digamos con victoria, que eso ya sería alucinante) hubiera sido digerible, simplemente porque hoy seguiría vigente el sueño de la Champions. Al perderse, resulta lógico que las críticas acaparen el análisis y que ni la elección de Vivian se libre del reproche.

En realidad, el mayor de los problemas que acucian al Athletic últimamente está relacionado con el proceso de descompresión acelerado por la conquista del título de Copa. Fue evidente que ya llegó justo a la final, pero salir vencedor agudizó los efectos del cansancio mental acumulado por los jugadores, que inconscientemente han cedido a la tentación del relajo. Es obvio que transcurridas tres semanas aún no se han repuesto. El aliciente extra de la Champions no ha conseguido el efecto opuesto y probablemente la tendencia se mantenga inmutable ahora que las vacaciones asoman a la vuelta de la esquina.

Agregarán un puñado de puntos al casillero en las jornadas pendientes, suficientes para amarrar la quinta posición, objetivo en absoluto desdeñable porque ese puesto certifica el notable al que se ha opositado a lo largo de la campaña y reporta un jugoso premio económico. Lo tienen a huevo a partir de los siete puntos que les distancia de sus perseguidores y repasando la entidad de los conjuntos que se cruzarán en su camino.

Por último y sin ánimo de señalar, pues carecería de sentido en una actividad que prima la labor del colectivo, en el descenso de las prestaciones parece procedente señalar un indicativo concreto. Entre las diversas virtudes que han potenciado el juego del Athletic de este año, por comparación al de ejercicios precedentes, un elevado porcentaje de los halagos han recaído en la eficacia de su cuarteto titular en el ataque. A día de hoy, solo el ya citado Nico Williams ofrece el nivel que cabe exigirle. Los demás son una sombra de sí mismos. Su hermano es quien peor parado sale, seguido por Sancet, con Guruzeta en el tercer cajón de los deméritos. Con un solo punta enchufado, el declive general está garantizado.